domingo, 15 de febrero de 2009

Asfalto y democracia

Rosa se acerca apresuradamente a la mesa llena de pegatinas, periódicos y folletos y, sin decir una palabra, coge un montón y se dirige, rápida, hacia los viandantes. “¿Quiere un periódico, señora?”, pregunta a uno de ellos, elegido al azar. La señora, de unos cincuenta años, se para durante unos segundos, la mira asombrada, esboza una sonrisa y se atreve a decir:
-“¡Gracias y suerte¡”.

No hay duda. Quien le ha entregado esa doble hoja llena de fotos y color magenta es aquella socialista vasca que se fue y, ahora, es diputada de un partido que no recuerda muy bien cómo se llama, aunque ella sí. Es Rosa Díez. La ha escuchado en la radio, en la televisión y hace tiempo en alguna tertulia. Habla alto y claro. Como ella. Con sus mismas palabras. Con su mismo lenguaje. Quizás la haya votado en las elecciones generales, cuando desembarcó en el que parecía un inamovible panorama político con Fernando Savater, Carlos Martínez Gorriarán o aquel poeta que no recuerda cómo se llama. O quizás no. No confió en ella o en su partido o en que su voto fuera un voto útil. “Ahora ya es distinto -piensa-. Ahora, ella es diputada. Tiene una trayectoria corta, pero la tiene y vuelve a ser una opción”.

Mientras, la pollítica rubia sigue caminando calle arriba sin dejar de repartir “La Alternativa”, el periódico magenta que ha editado Unión Progreso y Democracia, UPyD, el partido al que pertenece para hacer llegar sus ideas a los ciudadanos. Algunos la miran desde lejos. Otros, comentan su presencia señalándola mientras vuelven sus cabezas. Muchos, se acercan a ella con ánimo de hablar. No faltan felicitaciones, ánimos y, alguna que otra sugerencia. “Es usted la Felipe González 2009”, le dice Miguel, de treintantos. Antonio, un jubilado, de 65, la coge las manos y con la mirada brillante, agradece su presencia, su fortaleza, su valentía. “Haces falta. Estamos hartos de unos y otros”. Cerca, a escasos dos metros, una madre dialoga acaloradamente con su hijo, más alto que ella, aunque de apenas 15 años. Al final, Julia -que así se llama-, decide acercarse a Rosa:

-“Tengo una pregunta: ¿Cuál es su postura frente al bilinguismo?”.
El chaval observa tras su madre con la mirada concentrada y, a punto, de saber si ha ganado la discursión con la autoridad materna. Rosa la contesta. “Defiendo el derecho a que usted pueda elegir la lengua en la que quiere educar a su hijo,sea el castellano o el gallego”. La señora, agradece la respuesta, y en voz alta reconoce haber perdido la batalla. Juntos se alejan riéndose. Mientras, varias personas observan la escena con aprobación. Están en la calle y pueden discutir de política, de ideas o de ideología con aquella rubia que observan desde sus salones en la televisión, escuchan en la radio o leen en la prensa. Ayer, la vieron en el escaño del Congreso de los Diputados y, hoy, comparten acera y democracia, en las calles de Santiago de Compostela, por la mañana, y en A Coruña, por la tarde. Más tarde, acudirá a una rueda de prensa y, de noche, a una conferencia en un club lleno de inquietos parroquianos de Ferrol que cuestionan su política, inquieren sus propuestas o la interrogan sin censura.

En todos los foros, los ciudadanos han comprobado que la diputada habla con el mismo tono que en su tribuna parlamentaria. También ha comprobado, que Rosa no camina sola, sino rodeada de miembros de su partido. Igual que ella, reparten periódicos, montan un escenario o charlan con la gente. En campaña o sin ella. Trabajan en la calle porque allí están otros ciudadanos como ellos. Ninguno tiene antecedentes políticos, pero sí inquietudes. Su mérito es haber roto el tabú. El tabú de una nueva forma de hacer política y el tabú de ser ciudadano, además de político.

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